
Por: Alberto Martínez Boom
La idea fuerza que impulsó el trabajo intelectual y perso- nal de Estela Restrepo fue siempre la ética. Ese carácter recorría todos los espacios de su vida. Se puede decir que su obra no surge de una tradición académica, sino de la propia experiencia cotidiana, del sentimiento de grietas y humores, de desajustes inquietantes como los que podemos asociar con la enfermedad, el encierro, el dolor, la pobreza, pero también la afección de otro peligro, aquello que se muestra como normal o natural, y que urge señalar que no es tan tranquilo ni parece tan aceptable.
Esa insistencia la llevó a convertir el Hospital San Juan de Dios en una problematización a develar. Allí se experimentaba con los enfermos pobres para después hacer aplicaciones a las clases acomodadas. La historia del hospital no coincide con la grandilocuencia de la salud o de la verdad médica, sino que describe prácticas singulares con la enfermedad, la pobreza y la muerte. Fue necesario tomar distancia de la medicina en su pretensión científica, para poder sacar a la luz otros problemas que no habían sido abordados. Los análisis históricos suelen dejar por fuera la indumentaria, la alimentación, la actividad moral, la cultura popular, lo irracional, la gestión de la pobreza hecha institución hospitalaria. Resulta más sincero afirmar que ante las hordas de enfermos pobres las acciones políticas apuntaron al encierro, la eliminación, y aún más, a “la cotidianidad penalizada de los menesterosos” (Restrepo-Zea, 2011, p. 25). Solo una sensibilidad capaz de situarse en esas circunstancias se atreve a interrogar con agudeza hasta visibilizar efectos de saber y poder que conviene no olvidar, de esta manera:
En la segunda mitad del siglo XVIII las contradictorias concepciones sobre la pobreza interfirieron –en parte– la misión de la obra pía. Con estos criterios, el Hospital privilegió a los vergonzantes, a quienes por su condición social les impedía mendigar. La exaltación de las virtudes espirituales de los pobres reconocidos como tales, y la condena moral de los viciosos ambulantes y extranjeros, estimuló en nuestro territorio la asistencia a los vecinos de rango y llevó a la exclusión de los indios y de los esclavos [...] El interés por las condiciones materiales de la población, entre las que se encontraba la salud con todo su contenido económico, político y científico, determinó el surgimiento de la policía médica que, en la Nueva Granada, jugaría un importante papel en la prosperidad del Virreinato (2011, p. 31).
La prueba de esa valoración estaba en el archivo. Su relación con los documentos no se restringía a buscar en ellos una información, los apreciaba como monumentos de memoria colectiva. Reconocía en ellos su procedencia, su vaciado, su despliegue, las relaciones que describen y anudan. De hecho, aprendimos juntos en los archivos que las cosas no se buscan, sino que se encuentran, y no creo sorprenderlos si les advierto que Estela es la persona más virtuosa que he conocido para ese arte meticuloso de perderse, hundirse y hallar. Lo primero que buscaba en cada ciudad que visitamos eran los archivos y las bibliotecas, siempre escarbando con su mirada microscópica la filigrana de las cosas hechas con esfuerzo y minucia.
Solo así se explica su hallazgo, en un sótano abandonado, de las planchas anatómicas del cuerpo humano. Dedicó largos años de estudio a esas piezas hasta lograr descifrar su valía y se esforzó por difundir su importancia histórica, académica, social y cultural: “el proceso de impresión de las planchas de Mascagni por Antommarchi contó desde un principio con el concurso de Napoleón, interesado en la litografía a partir de las manifestaciones que sobre la nueva técnica le comunicara el general Lejeune miembro de sus ejércitos” (Restrepo-Zea, 2009, p. 5). Una revisión acotada de los periplos recorridos por ese material desde la isla de Santa Elena hasta el subsuelo de Bogotá, la realizaron en un inserto de prensa digital Ramón García Piment y Claudia Patricia Romero (2019) al decir:
Las 83 láminas anatómicas del Cuerpo humano de tamaño real que componen la obra, gozan de una precisión y detalle único para la época y para nuestros días [...] Al morir Napoleón en 1821, parte Francesco Antommarchi a tierras americanas [...] En Cuba contrajo fiebre amarilla y muere el 3 de abril de 1838. Luego de su deceso, su hermano José María viaja a Venezuela donde se establece hasta su muerte. Su viuda, Victoria García decide regresar a Cúcuta acompañada de las pertenencias y legado de su esposo y de su cuñado. Su hija Hortensia se casa con José Vásquez Duran [...] Ya en Bogotá, José y Hortensia conciben a Ana Francisca Vásquez Antommarchi, quien años después se casaría con Juan Manuel Carrasquilla, hijo del médico y filósofo Juan de Dios Carrasquilla Lema [...] Ana Francisca conocía de la pasión de su suegro por la medicina y la anatomía, por lo que decide entregarle las láminas que tanto cuidó su tío abuelo y conservó su madre por tantos años. Sin embargo, el médico Carrasquilla decidió donar las láminas junto con libros y estudios a la Biblioteca de la Universidad Nacional de Colombia en 1908 [...] Pasaron muchos años y las láminas pérdidas y cubiertas de polvo reposaban entre miles de libros. En algún momento del siglo XX fueron dobladas por la mitad, cocidas y empastadas, desconociendo su origen y aventuras errantes, extraviadas en el olvido del sótano de la Biblioteca de la Universidad.1
Hasta que aparece la profesora Restrepo con la sagacidad suficiente para descifrar su valor y para asumir la responsabilidad ética e historiográfica de su difusión. De modo categórico afirmó que “la propiedad de esta obra, como de otras de su género, es una situación de hecho que obliga al tenedor a actuar conforme a la función social del bien. El poseedor o titular está obligado jurídicamente a cumplir directrices de conducta marcadas por la naturaleza del objeto y su función pública. Su cumplimiento deriva ipso facto el reconocimiento y protección de su estatus” (2009, p. 9). Un siglo después de ser donadas las planchas reciben su justa valoración, y la tarea no fue sencilla:
[Estela] trabajó con litógrafos y artistas, entrevistó a profesores de la Facultad de Medicina, realizó visitas a museos y bibliotecas de París, Florencia y Siena, leyó el diario de Antommarchi, consultó los programas de anatomía durante el siglo XIX y la primera mitad del XX, indagó con bibliotecólogas de hacía ya años y logró aclarar lo fundamental de las preguntas que daban tantas vueltas en su cabeza [...] logró desenmarañar la majestuosa trama histórica, volviéndola más valiosa que las mismas láminas, maravillosas por su tradición artística y tecnológica al servicio de la ciencia [...] Su impulso no paraba allí, tenía la misión de hacer que jamás se volvieran a perder en el abandono, emprendió el propósito de hacer que fueran restauradas en el mejor laboratorio del país, y una vez reintegradas a su forma original, fueran almacenadas en un espacio especialmente diseñado con las mejores tecnologías de conservación en el Archivo Histórico. Logró reproducirlas digitalmente con la mayor resolución y definición existente a nivel global y finalmente consiguió la reproducción numerada de 50 réplicas que fueron entregadas a igual número de instituciones académicas y de la memoria en el mundo (García-Piment y Romero, 2019).
Estos dos ejemplos ilustran una manera de proceder en la investigación histórica. Manera que bien puede asociarse a una terapéutica intelectual, tal como la definen los documentos antiguos: “la mesura entre lo que nutre y lo que desgasta” (Restrepo-Zea y Escobar, 2006, p. 31), es decir, punto de equilibrio a favor del rigor y del estudio paciente, y distancia máxima frente al exceso de pretensión, la especulación y la simulación.
Falta todavía una tercera obsesión de Estelita, la propia universidad. Amó profundamente a la Universidad Nacional de Colombia, la concebía como un lugar que piensa al país y no como un refugio para las militancias. Halló en diversos anaqueles las evidencias para contar algunos momentos fascinantes y oscuros de su historia: el día en el que la rectoría se convierte en cuartel, el archivo arrojado al fuego, el viejo anfiteatro de anatomía patológica, la primera lección de química, entre otras. Compiló con sumo detalle los documentos de las escuelas decimonónicas: Jurisprudencia, Artes y oficios, Medicina, Ingeniería, Literatura y filosofía, Ciencias naturales, y no puedo dejar de rememorar la simbología material al momento de entregar esa colección: un paquete amarrado que recuerda la forma de los expedientes de otras épocas.
Fueron este conjunto de detalles los que la llevaron a ser escogida para coordinar académicamente la edición de los volúmenes del Sesquicentenario de la Universidad Nacional. A pesar de estar luchando con la enfermedad no quiso negarse y aceptó esa responsabilidad como quien se dispone a dar nuevamente las gracias a su Alma Mater. Fue precisamente en ese momento cuando pude entender las oscuras palabras del filósofo en la gaya ciencia: toda felicidad quiere hacer feliz (Nietzsche, 1986). Un mismo sentimiento de pertenencia la llenaba de coraje para denunciar los saqueos y la destrucción que se hacía al patrimonio histórico, como fue el hurto del cuadro de Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, el pintor más importante de la época colonial en Colombia, que se encontraba en la capilla del San Juan de Dios, por eso también su vocación por preservar y cuidar las 325 piezas de cera del museo de representaciones plásticas realizadas por el artista Lisandro Moreno Parra, o el arreglo y catalogación de los instrumentos médicos del museo Andrés Soriano Lleras.
Es evidente una profunda y estética relación con los objetos históricos. Lograba apreciar el ser de las cosas con evidente espontaneidad. La mayoría de nosotros perma- necemos ciegos ante las cosas silenciosas, discretas, y en especial para las más habituales. Estelita, por el contrario, advertía los estímulos que conectan la contemplación del objeto con la estabilidad de la vida, ese atributo hizo parte fundamental de cada uno de sus juicios y comportamientos.
He bosquejado este recorrido para poder arribar a una producción menos conocida de Estelita. El proyecto que sirve de título a esta edición póstuma: “Los jesuitas como maestros”. Fue en la alborada de su trayectoria profesoral en el Departamento de Pedagogía, en 1978, que se conformó un programa de investigaciones titulado: “Hacia una historia de la práctica pedagógica en Colombia” (2). Lo primero que se propuso fue la organización de un archivo pedagógico desde la Colonia hasta el siglo XX, consideración que implicó búsquedas documentales para delimitar y caracterizar el saber pedagógico en nuestra sociedad y experimentaciones singulares con un campo relacional de prácticas. Para Estela el magisterio de los jesuitas requería aún una interpretación de conjunto, le intrigaba el papel de la Compañía, su influencia, sus reiterados extrañamientos y retornos misionales. Compartía con Mesnard (1974) la impresión de que una buena parte de los estudios consagrados a los hijos de Loyola se inscriben en el fragor de discusiones ideológicas o políticas sin la cautela suficiente para singularizar territorios, rutinas de lenguaje, ejercicios de estudio, cultura material y prácticas de autoridad.
Abordó, con el cuidado que tiene un pulidor de lentes, los trabajos metodológicos y se detuvo en las descripciones más minuciosas respecto a los ejercicios de la Ratio studiorum, los catecismos en lengua mosca, el significado de los estudios coloniales, los detalles del extrañamiento en el Nuevo Reino de Granada, la organización de los colegios, los reglamentos disciplinarios, el manejo de las haciendas, la política indigenista, el trabajo evangelizador, la lectura de cátedra, la ortodoxia de las doctrinas, el papel de los sínodos, el lugar de la meditación y de la prédica, el uso de la escritura, en fin.
Entre más avanzaba más aspectos nuevos llegaban del archivo. De modo similar la mesa del comedor de mi casa servía de extensión del proyecto. Estelita contaba a los comensales cada saga descubierta alrededor de personajes que empezaron a tornarse familiares: Claudio Aquaviva, Bartolomé Lobo Guerrero, Diego Laínez, Carlos III, Moreno y Escandón, el conde de Aranda, Francisco Cabarrús, el conde de Floridablanca, Diego F. Altamirano, Juan de los Barrios, Luis Zapata de Cárdenas, Gregorio XIII, Pio V, Inocencio XI, o incluso los chismes testamentarios de una herencia de cincuenta mil patacones para recibir como contraprestación misas a perpetuidad, o al enterar- se del rumor acerca de relaciones entre curas y monjas en Popayán en el siglo XVII me pidió de cumpleaños la copia de ese extenso legajo, que afortunadamente tuve el gusto de darle como regalo.
Todo este entusiasmo iba acompañado de pequeños artículos sobre las prácticas de los jesuitas en los archivos colombianos que empezó a publicar con suma cautela. Sin duda Ona Viliekis y Andrés Mauricio Escobar acompañaron a Estela en todo su extenso trayecto, siempre presentes, atentos y cuidadosos, testigos de su generosidad y valía, a quienes les estoy agradecido infinitamente por su pulcritud, su entrega y su generosidad. Hay algo en la obra de la Compañía que sobreabunda en erudición y que exige del investigador condiciones especiales en el manejo de las fuentes y de las lenguas. Intuyo que Estela perseveró en ese trabajo por lo mucho que se conectaba con su pasión por la gramática. Extraña vehemencia para este tiempo actual donde el lenguaje va perdiendo esplendor y su riqueza se reduce a un simple dato informativo. Sus textos revelan una escritura apasionada en la que se cuidan las palabras como si se tratara de algo vital. No tengo otra manera de explicar su ritmo lento con la escritura, su corrección extrema de los trabajos. Adoraba la gramática, los diccionarios, siempre tenía al lado dos tomos de un Panléxico antiguo porque sospechaba de muchas palabras, algunas antiguas, pero sobre todo de las recientes.
La historiografía tradicional suele conectar el proceso de colonización como una descripción dual, según la cual junto a la espada conquistadora estaba la cruz del cura doctrinero que llegaba a evangelizar. La imagen no es del todo precisa ya que este proceso fue mucho más ambiguo, azaroso y lleno de claroscuros. Predicación, evangelización y catequización fueron instrumentos para la penetración, control y dominio tanto de los hombres como de las tierras. El trabajo de los herederos de Loyola, iniciado tímidamente desde finales del siglo XVI, cobró importancia a partir de la definición propuesta por la Compañía y aprobada por el Concilio de Trento sobre la teoría de la gracia, que permitía a los indígenas recibir la confesión (Martínez-Boom, 2017). Esta decisión definió no sólo la traducción del catecismo a las lenguas de los indios, acreditó la práctica de la confesión e hizo de ella el principal instrumento de conocimiento sobre la vida y moral de los infieles.
Sobre esta veta se cimentó buena parte de las insistencias de Estela Restrepo. El éxito de los jesuitas no solo pasó por el sofisticamiento industrial y económico de las haciendas, o por ejercer una especie de monopolio comercial en los territorios de las misiones (Colmenares, 1969, p. 27), existían otro conjunto de prácticas, más micropolíticas, que se descifran en la sutileza de una anotación y cuya fuerza produjo un dominio mucho más contundente sobre la existencia cotidiana de las familias y de los individuos.
Mientras el gobierno central y los eclesiásticos disponen los instrumentos necesarios para hacer reconocer medios propios de gobernación, los ministros y agentes temporales se interesan por vincular a los habitantes a las prácticas de indagación moral. La importancia del asunto tiene que ver con el piso de saber que dichas prácticas generan: las circunstancias de las faltas por las cuales se indaga ponen al alcance de los habitantes las primeras nociones de conciencia antes que las primeras cátedras públicas de moral (Restrepo-Zea, 1988, p. 36).
Cierro esta breve introducción con un gesto muy típico de Estelita. Le gustaba decir, rememorando a Spinoza, que solo los espíritus libres son agradecidos y en cada una de sus empresas investigativas fue escrupulosamente agradecida con cada persona con la que pudo trabajar. Por eso mismo quiero expresar aquí mi gratitud al profesor Jhon Henry Orozco Tabares por la manera tan sorprendente de estudiar con extremada minuciosidad los trabajos, escritos y proyectos emprendidos por Estelita.
Con Estela tuve el privilegio de compartir 45 años de vida. A pesar de esa proximidad se hace difícil encontrar un lenguaje capaz de presentar con justicia el talante de una mujer extraordinaria que fue capaz de enseñar el valor de aceptar la vida con todo lo que esta tiene de bello y grato, sin rechazar el dolor y los fracasos, defendiendo siempre una actitud estética y una profunda dignidad. Estelita fue tantas cosas, algunas tan sencillas, otras tan elevadas que se me antoja casi imposible de emular. La asocio a la curiosidad y la finura, a los detalles y la suavidad, a los sentidos agudos y la grata conversación. Tal vez por estos talentos y sutilezas supo ser, al mismo tiem- po, investigadora y esposa, profesora y amiga, intelectual y madre. Cada una de estas funciones parecía resolverla con increíble fidelidad, elegancia y gracia, como si se tratara de algo instintivo. Su impulso fue, siempre, el de una mujer prudente que conoce y pondera las minucias de los actos cotidianos. Incluso nuestros amados hijos, Carolina y Juan Manuel, heredaron esa sensibilidad en clave fotografía y filología, arte y museo. Ellos son el mejor regalo que me dejó Estelita y junto a ellos a mis hermosos nietos Manuel, Gael y Candela Estela.
Estela siempre estaba al frente de todo, desde los asuntos más cotidianos hasta los grandes proyectos. Siempre se ocupó de que viviéramos bien, con deleitante pulcritud y dignidad. Tantos detalles, a cada instante, la mantienen siempre presente. La Mona y Fido, por las mañanas, cuando abro la puerta de mi habitación, entran al cuarto buscándola. Yo me despierto y hago lo mismo que ellos. Estará eternamente en mi memoria y en mi pensamiento.
1.El Espectador (versión digital). Ramón García Piment y Claudia Patricia Romero. 7 de febrero de 2019. Blogs de actualidad: La conspi- ración del olvido. Título del inserto: La pasión de Estella. Disponible en: https://blogs.elespectador.com/actualidad/la-conspiracion-del-ol- vido/la-pasion-estella
2.. Macroproyecto financiado por Colciencias y por las cuatro universi- dades públicas participantes (Universidad de Antioquia, Universidad Nacional de Colombia, Universidad del Valle y Universidad Pedagó- gica Nacional). Identificado como Proyecto F 10-000-5-2083, bajo la coordinación y dirección metodológica de la Universidad de Antioquia.